Por mucho que algunos sectores poco informados se afanaran en desmitificar a estas mujeres, tratándolas como cortesanas en lugar de las artistas que son, las geishas no han sucumbido aún ni a las habladurías ni a los propios tiempos modernos.Como todo lo tradicional en Japón, siguen vigentes y presentes, aunque en un nivel no comparable al que tenían en su época álgida.
Las geishas disfrutaron de una presencia significativa en la sociedad nipona durante los siglos XVIII y XIX, si bien hasta el tránsito entre ambas centurias no existió una mayoría femenina, pues antes del año 1800 casi todas eran hombres. Desde los comienzos, tanto ellos como ellas se diferenciaron claramente de las meretrices, quienes sólo proporcionaban entretenimiento venéreo, haciendo lo propio sólo que a través de las artes tradicionales japonesas, como el baile, la oratoria o la ceremonia del té, llegando así a tener mayor demanda.
La dedicación que exigía su profesión era objeto de respeto y alabanza, con lo cual se ganaban la admiración de todo un sistema social. Muchas veces comenzaban su formación desde niñas, en casas de geishas donde aprendían a dominar todo un elenco de exigentísimas artes japonesas. Eran una especie de artistas globales, no por ello menos virtuosas en cada una de las disciplinas, cuya misión era deleitar a través de la minuciosa exhibición de su talento. Capaces de recitar una bella poesía o de tocar varios instrumentos típicos, entre otras muchas capacidades, las geishas disponían de un portentoso arsenal de aptitudes artísticas que les llevaba media vida aprender.
Desde comienzos del siglo pasado, cuando existían más de 80.000 geishas en Japón, hasta la actualidad, cuyo número ronda el millar, han acontecido incontables cambios en la sociedad del país del sol naciente sin que ellas hayan perdido el estilo de vida con que siempre vivieron. Sí es cierto que a lo largo de su carrera iban modificando sensiblemente el aspecto, que aun hoy perdura; todos conocemos los soberbios kimonos que visten, de colores más vivos cuantos más jóvenes son, los elaborados peinados -sueltos o recogidos según la época-, el maquillaje blanco y denso que cubre sus facciones y los zuecos o sandalias que calzan. Era corriente, como decimos, que al envejecer fueran adaptando su estilo, llevando kimonos de mangas más cortas, menos abalorios o un maquillaje más austero.
En la actualidad, las que quedan siguen vistiendo y comportándose de igual modo, con exquisita educación y maneras. Algunas prostitutas se hacen pasar por geishas, perjudicando su imagen, pues ni siquiera ahora se dedican a prácticas sexuales, al menos como parte de sus obligaciones de geisha. Algunas siguen dedicándose a un solo cliente, por lo general adinerado, y otras ofrecen sus servicios a todo aquél que se los solicita, pudiendo llegar a coquetear e intimar, pero siempre dentro de los límites del máximo respeto y cordialidad que todavía caracterizan, todo sea dicho, a la idiosincrasia japonesa moderna.
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