En la mitología de la religión brahmánica, al momento de la muerte del cuerpo, el alma o parte esencial abandona el cuerpo que se ha vuelto inservible, y es arrastrada por los iamadutas (los mensajeros sirvientes del dios Iamarásh, el encargado de juzgar el karma de todas las almas del universo); y juzgada. En Egipto antiguo, sus actos eran sopesados contra el peso de una pluma.
Dependiendo de las acciones buenas o malas, el alma se reencarna en una existencia superior, intermedia o inferior. Esto incluye desde estados de existencia celestiales a infernales, siendo la vida humana un estado intermedio. Este incesante proceso recibe el nombre de samsara (‘vagabundeo’). Éste término proviene del verbo sánscrito samsrí: ‘fluir junto’, ‘deambular’. Las religiones orientales se refieren a ese deambular (entretenimiento, codicia, acumulación de bienes, «matar el tiempo»...) como una vida sin propósito ni sentido.
Cada alma viaja por esta rueda, que abarca desde los semidioses (devas) hasta los insectos. El sentido de la trayectoria de un alma dentro de este universo lo marca el contenido o sentido de sus actos. Según el hinduismo popular moderno, el estado en el que renace el alma está determinado por sus buenas o malas acciones (karma) realizadas en anteriores encarnaciones.
La calidad de la reencarnación viene determinada por el mérito o la falta de méritos que haya acumulado cada persona como resultado de sus actuaciones; esto se conoce como el karma de lo que el alma haya realizado en su vida o vidas pasadas. El libro de Urantia (compendio revelado de muchas religiones) reconoce que lo que sobrevive es todo lo que contribuya al aumento de la conciencia. Las almas de los que hacen el mal, por ejemplo, renacen en cuerpos «inferiores» (como animales, insectos y árboles), o en estados aún más inferiores de vivencia infernal, o en vidas desgraciadas. El peso del karma se puede modificar con la práctica del yoga (aumento de la conciencia hasta los niveles más altos contemplativos y unitivos, según el grado y la modalidad de yoga), las buenas acciones (generosidad, conservar la alegría interior, responder bien por mal...), el ascetismo (privarse de lo que abotarga los sentidos e impide el crecimiento del alma, o impide la comunicación de los seres superiores con el individuo) y el ofrecimiento ritual (valor del agradecimiento y de la generosidad).
En el pensamiento religioso hinduista, la creencia en la transmigración aparece por primera vez en forma doctrinal en las escrituras religiosas indias llamadas Upanishad, que reemplazaron a los antiquísimos textos épicos no filosóficos llamados Vedas (entre el 1500 y el 600 a. C.). Las Upanishad fueron escritas entre el 400 a. C. y el 1600 d. C.
La liberación de la reencarnación en el hinduismo o liberación del samsāra, se consigue después de haber expiado o superado el peso de su karma, es decir, todas las consecuencias procedentes tanto de sus buenos como de sus malos actos. Este proceso es continuo hasta que el alma individual, Atman, está completamente evolucionada y se identifica o alcanza a Brahman, el creador del mundo, en donde es salvado de la desgracia de la necesidad de más renacimientos. Esta identificación sucede mediante prácticas yóguicas y/o ascéticas. Luego de su última muerte sale del universo material y se funde en la Luz Divina (la refulgencia que emana del Brahman), con la creencia de que el alma individual (atman), y el alma universal (Brahman) son idénticas.
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