Templos antiguos, playas desérticas, poderosos ríos, bosques remotos... y, más allá de Angkor, escasos visitantes. Camboya ha resurgido de sus cenizas tras décadas de guerra y aislamiento, situación que lo convirtió en un país de atrocidades, refugiados, pobreza e inestabilidad política. Los mágicos templos de Angkor atraen de nuevo a los turistas, que los contemplan admirados, y el país figura de nuevo en los mapas como destino turístico del Sureste Asiático.
Camboya, estado sucesor del poderoso imperio jemer -que gobernó gran parte del territorio que en la actualidad ocupan Vietnam, Laos y Tailandia-, presume de una gran riqueza cultural, una bella capital colonial francesa, algo deteriorada, y un imponente paisaje natural. El país disfruta de una reciente pero relativamente estable paz, y poco a poco está atrayendo el turismo, que en la actualidad se decanta por la vecina Vietnam. No obstante, el panorama no resulta tan alentador como pudiera parecer, a causa de la existencia de minas terrestres y actos de bandolerismo que se suceden en las zonas más remotas. En la actualidad, las rutas más transitadas parecen ser las mejores para visitar.
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