Corea del Sur es un país de éxito por su ascenso económico en las últimas décadas, progreso basado especialmente en la excelencia en la educación. Sin embargo, otros indicadores revelan el lado oscuro de ese cambio: un porcentaje muy bajo de satisfacción con la propia vida (36% frente a una media del 59% en la OCDE), poca confianza en las instituciones políticas y la tasa de suicidios más alta de la OCDE (31 por 100.000). De fondo, un paisaje de competitividad feroz en el mundo laboral y más aún en la educación.
En 2010, según datos del propio Ministerio de Educación, 146 estudiantes se suicidaron en Corea del Sur, incluidos tres de primaria. En un país donde el suicidio está bastante anclado en la cultura, se puede conjeturar que no todos los casos estuvieran relacionados con el asfixiante sistema educativo.
Pero el propio gobierno de Seúl comienza a dar signos de preocupación. Sobre todo, después de que las últimas muertes salpicaran al Kaist (Instituto Avanzado de Ciencias y Tecnología, en Daejeon), una de las instituciones universitarias más prestigiosas del país. En unos meses se han suicidado cuatro estudiantes y un prestigioso profesor, aunque este último caso parece estar relacionado con una acusación de posible malversación de fondos que estaba siendo investigada.
Los suicidios de estudiantes han empezado a preocupar al gobierno de Seúl
La obsesión por entrar en las mejores universidades
Aunque los suicidios afectan también a la enseñanza secundaria, se concentran en los estudiantes universitarios. En Corea el 80% de los jóvenes van a la Universidad, pero lo importante es ingresar en una institución prestigiosa. Aunque existe una prueba general de selectividad para entrar en la enseñanza superior, cada vez es más frecuente que las universidades –más del 70% son privadas– exijan a los postulantes superar un examen propio. Estas pruebas se conocen entre los estudiantes como Sihom chiok, el infierno de los exámenes, y pueden determinar en gran medida la futura vida profesional e incluso social de los estudiantes.
El objetivo para muchos de ellos consiste en obtener plaza en alguna de las tres universidades punteras del país, conocidas por las siglas SCY: la Universidad Nacional de Seúl, la Universidad de Corea y la Universidad de Yonsei. Titularse en una de estas tres significa prácticamente asegurarse un futuro próspero.
También el caso del Kaist resulta paradigmático de la evolución del sistema educativo surcoreano en apenas tres décadas. Se ha convertido en una universidad de referencia en el mundo de la tecnología. Para seleccionar a sus alumnos –solo acepta 1.000 nuevos al año– realiza una prueba propia centrada en conocimientos científicos, por lo que la mayor parte de los que ingresan ha estudiado en escuelas especializadas en este campo.
La exigencia continúa una vez se ha ingresado. Por iniciativa del actual rector, un surcoreano que impartió clases durante muchos años en el MIT, por cada centésima que las calificaciones bajen del 3 –sobre una puntuación máxima de 4,2–, los estudiantes deberán pagar un aumento en la matrícula. Hay que decir, no obstante, que para los demás el coste de su educación corre a cargo casi íntegramente de la universidad.
Muchos creen que la presión que supone esta medida está detrás de los suicidios de los cuatro estudiantes. Tras la muerte del último de ellos, el consejo de estudiantes emitió un comunicado en el que se expresaba esta inquietud: “estamos atrapados en una competencia implacable que nos ahoga”.
Jornadas escolares extenuantes
En los estudios comparativos internacionales, como el PISA, los estudiantes coreanos de 15 años son los primeros en comprensión lectora (PISA, 2009), los terceros en matemáticas y los décimos en ciencias (PISA, 2006). Pero esto es a costa de una gran presión sobre el estudiante.
La obsesión por ingresar en una de las mejores universidades traslada esa competencia hasta la educación secundaria, y explica la llamativa recurrencia a centros privados que complementan la enseñanza escolar, los llamados hagwon.
Los hagwon son instituciones privadas, a veces parte de una cadena y a veces independientes, que ofrecen un complemento educativo en distintas materias en las que se especializan. No es infrecuente que un mismo alumno asista a varios hagwon, además de la enseñanza reglada, para reforzar distintas áreas, con lo que la jornada del estudiante se alarga a veces hasta la noche.
Algunos expertos ven en los hagwon la causa de los espectaculares resultados cosechados por los estudiantes surcoreanos. El sistema de enseñanza reglada establece una carga de unas 900 horas lectivas anuales, en la media de la OCDE. Pero, sumadas a las que pasan en los hagwon, conforman unas jornadas escolares que llegan con frecuencia a las 11 horas diarias.
Se ha criticado a los hagwon por provocar un círculo vicioso en la educación: los estudiantes acaban exhaustos sus jornadas en los hagwon, por lo que al día siguiente rinden menos durante sus horas de enseñanza reglada, de tal forma que cada vez se hacen más dependientes de lo que aprenden fuera de las aulas.
También se critica a los hagwon porque incentivan las diferencias educativas entre ricos y pobres. Las familias coreanas gastan más dinero en clases particulares y academias que las de ningún otro país de la OCDE. Sin embargo, la mayor parte llevan a sus hijos a estas instituciones, aunque para eso tengan que apretarse el cinturón.
La excelencia, empresa nacional
Esta mentalidad está influida por el pasado reciente del país. Muchos de los padres que ahora presionan a sus hijos para que accedan a una de las mejores universidades crecieron en un clima de penuria económica y educativa, como consecuencia de la ocupación japonesa y de la posterior guerra civil. El “milagro coreano” de la segunda mitad del siglo XX ha dejado en la psicología de sus habitantes una fuerte determinación de lograr la prosperidad económica, casi al precio que sea, y entienden que la educación es el primer paso.
La creación de escuelas especializadas en ciencia y tecnología, o el empeño en mimar a los superdotados, que llevó a aprobar una ley específica en 2000, son muestras del interés del Estado por explotar al máximo sus “recursos humanos”, en un país con escasos recursos naturales. La excelencia educativa se ha convertido en una empresa nacional, y el patriotismo de los surcoreanos ha reforzado la responsabilidad de “estar a la altura de la nación”.
A esto se unen otros factores culturales, como el sentido de respeto, casi veneración, del que gozan los padres y los profesores en la tradición coreana: “No debes pisar ni siquiera la sombra del maestro”, dice un refrán surcoreano. Los hijos y alumnos se imponen la obligación de no defraudar las expectativas depositadas en ellos, y esa imposición a veces acaba ahogándolos.
Un problema de prioridades
Con todo, la brutal competitividad del sistema no explica por sí sola la alta tasa de suicidios ni la insatisfacción general con la vida que cunde en Corea del Sur. El suicidio ha tomado carta de naturaleza en la cultura surcoreana, y se ha convertido en una solución demasiado habitual para todo tipo de frustraciones.
Un ejemplo es la ola de suicidios que siguió al de Cho Jin-Shil, una de las actrices más populares de la televisión surcoreana, a la que muchos jóvenes habían convertido en el icono de la juventud de Corea del Sur. En octubre de 2008 la famosa actriz y modelo apareció ahorcada en su casa. Tenía solo 39 años. Durante el mes posterior a su muerte se produjeron más de 700 suicidios que la policía relacionó con el de la actriz.
La soledad y el estrés generados por el frenético tren de vida, y la fuerte autoexigencia inciden especialmente en grupos sociales como el relacionado con el espectáculo o el de los estudiantes. En el comunicado que algunos alumnos del Kaist leyeron después del cuarto suicidio se podía leer: “ni siquiera pudimos dedicar 30 minutos a nuestros atribulados compañeros de clase por culpa de los deberes”; y en una pancarta que portaban algunos compañeros durante el acto de despedida a la tercera víctima, los estudiantes se quejaban: “no tenemos ningún espacio para compartir nuestras dificultades con amigos”.
Pero¿no podrían haber decidido dedicar esos 30 minutos a sus compañeros, aunque fuera a costa de bajar un poco sus notas?, ¿no señala esto una obsesión con el éxito?
La dura realidad es que solo el 80% de los surcoreanos creen conocer a alguien a quien acudir en momentos de necesidad. La media de la OCDE está en el 91%. No parece que la cirugía estética, ni las mejores universidades, ni los gigantes industriales como Samsung o Hyundai puedan echar una mano a ese otro 20%.
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